martes, 2 de mayo de 2017

Notas sobre el ocaso posmoderno

Lo más terrible del velo posmoderno es que encubierto en el halo de la complejidad discursiva ensombreció la potencia del pensar y neutralizó al sí mismo y los variados caminos para el despertar: la posmodernidad como un intento de ofrecer una salida a la crisis del pensamiento, económica, social, ambiental y relacional, empleó una estrategia para ir más allá de la razón que fue su negación, su olvido. Intentó ganar adeptos ante tanto desencanto, pero se quedó en profundo nihilismo y relativismo ingenuo de las ideas; lugares como la academia, se  vieron afectados y sufrieron una gran burbuja especulativa de la que todavía no se sale con entereza.
En ausencia de prácticas con el mundo interior y de un percepción de la vida más clara y honesta, el saber de la posmodernidad quedó encapsulado y son muchos los efectos que está teniendo para las vidas de muchas personas. Un desencanto que tachó a la propia razón y la razón ha sido una llave que ha permitido abrir muchas puertas. Pero hay otras puertas que la razón por más que intentó no pudo abrir.  Ahí está el fracaso de la posmodernidad. La posmodernidad también ignoró la riqueza de la simplicidad, la sabiduría que hay en todo presente consciente; no se podría salir de ese callejón solo haciendo la crítica a la crítica de ese pensamiento. No podemos dejar todo tan abigarrado, solo en el contexto, en lo social, en lo abismal, en el otro, en la paradoja, en la deconstrucción, lo poscolonialismo, el feminismo, conceptualismo, en las corrientes alternativas, aunque sabemos paradójicamente que son parte de nuestra riqueza.
La fiesta sería mejor si le diéramos entrada a la presencia, al pensamiento bonito, al ser cada día mejores seres personas, a la reciprocidad con la tierra, más conectados con nuestras fuentes radiantes de energía creativa… todo estaría mejor si conversáramos más con lo que está más allá de nosotros mismos, dialogar con el infinito, constelarse con todo el cosmos. Nos figuró a nosotros, hijos de todos los tiempos, meditar, acortar el camino, componer otros ritmos, abrir la zanja, cultivar las flores y al cuerpo, cantar como los ruiseñores, silbar con el viento, pintar el alba.
La gente quiere vivir, bailar, cantar unas estrofas más simples pero cargadas de un gran poder espiritual, de transformación y prácticas de autorrealización del sí mismo. Otros han retornado a la tierra y al buen vivir para sentir el palpitar de la evolución; otros encontraron en la música, la meditación, la conexión con lo natural y en el arte un espacio más creativo para estar, para transformar y sanar. Otros en su silencio y compasión abrieron puertos a la paz. Muchos siguen todavía buscado la salida con más discursos, en el trabajo, o delegando la responsabilidad en los otros (sistema, capitalismo, patriarcado, la derecha, la izquierda); otros vienen preguntándose por cuáles son las prácticas que además de alegrar la vida, nos permiten mejorar nuestras relaciones.
Gracias a la posmodernidad aprendimos a escribir y a deconstruir, a subvertir, a politizar, a mirar, a colectivizar y pensar críticamente. Detrás de esa visión muchos cuerpos individuales y colectivos todavía están en una lucha directa. En un momento que queremos ser más transparentes, más conectados con nuestras potencialidades y con el presente, hemos optado por ir más allá de lo discursivo y más allá de lo personal, de la razón, queremos ser personas más libres, amables e inspiradas.  Fueron buenos los temas que puso la posmodernidad, pero la fiesta cesó, el conocimiento se volvió tan resbaladizo y quedó inserto en diletancias discursivas encubiertas de una complacencia inaudita.
La otra crítica que es recurrente en la posmodernidad fue el exceso de vanidad que se imputaron sus mayores defensores, escuelas de pensamiento que servían para deconstruir todo pensamiento. Llegamos a ver como el corazón de la sabiduría estaba al interior de las personas y comunidades, pero nos quedamos viendo un chispero, mucho trozo suelto. Hacer las paces con la posmodernidad, pasa por agradecerle infinitamente porque nos ayudó a iluminar mucho espacio que antes no veíamos, ver con más claridad lo que es más esencial.
Somos ahora más responsables en reconocer nuestros problemas, poner en palabras nuestros errores y en saber endulzar nuestra vida relacional. Cada día que pasa vamos abriendo un espacio personal para la medicina, hallando en cada inspiración las fuentes de la felicidad y cuando hay dolor y sufrimiento, traumas, sombras, estaremos actuando con diligencia, lo más prestos a pagar  por nuestras acciones, a perdonar y comprender el sufrimiento y las vías para el bienestar colectivo.
La constante en todo esto es que para ir más allá de la razón y de la multiplicidad, necesitamos tener una apertura y un desapego de cualquier forma racional por más verdadera que sea; necesitamos aprender a soltar, a conectar con prácticas que nos permitan escuchar y que nos sirvan para lidiar con nuestros malestares y sombras. Queremos que las cuerdas que somos vibren cada vez más alto. Esta es la ofrenda de inspiración para todos los días.
Los protocolos investigativos y las formas de legitimar estudios en la academia se han visto envueltos en una cultura del autoelogio, retórica y bastante ensimismada que poco ofrece luces para comprender la evolución, el presente y la autorrealizacion de todos los seres. Lo que se encubre detrás del rigor muchas veces es la expresión de un compromiso muy débil con la realidad, el territorio y la subjetividad en donde poco se ven transformadas. Muchos análisis convergen en lo ya sabido y poco se orientan a la transformación de las prácticas, porque grita el mainstream académico, no es ámbito de la investigación. Estamos como nos contaba hace un tiempo Hugo Zemelman, en un juego de abalorios. Y la salida será política, integral y espiritual y no analítica. Será una liberación del pensamiento de las ataduras modernas y posmodernas que instalaron un fascismo discursivo encubierto y a priori mezclado de rigor y objetividad. Los métodos de las ciencias sociales y protocolos igualmente aún siguen desconociendo formas de hacer, de pensar, sentir y de construir conocimiento y sabiduría y sobretodo de priorizar el sentido de construir hoy conocimiento enfocado en vivir bien, el bienestar común, la democratización de la riqueza colectiva y la movilización de la responsabilidad y la conciencia individual.

Para buena parte del pensamiento pluralista y posmoderno, los problemas que estamos viviendo se deben a fuerzas opresivas que vienen del machismo, colonialismo, patriarcado, capitalismo extractivo,... esto no es que sea falso, el asunto problemático de esta visión es que no es capaz de advertir, por su acendrado dualismo interpretativo, en la condición vibrante de la evolución y sus diferentes perspectivas o niveles de conciencia como se manifiesta (Wilber) Es decir, la que otrora fue la vanguardia del pensamiento, no alcanzó a evidenciar que los problemas son por una ausencia de un mayor desarrollo y de conciencia. Es un pensamiento que se quedó dando vueltas sobre si mismo, en una búsqueda de una postura crítica y defensiva, buscando siempre  culpables y poco potenciando las responsabilidades internas que tiene cada quien en liderar el cambio cultural-territorial y la transformación humana.  

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